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Un museo en el trastero

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El mundo es un lugar maravilloso y lleno de sorpresas, como confirmará cualquiera que tenga gatos”, dice Jacinto Antón. “Es solo cuestión de fijarse”. En realidad, da lo mismo lo mucho que viajes. Al final, por muchas vueltas que des al mundo, el lugar más extraño del planeta sigue siendo tu propia casa.

Entre los muebles de siempre, las fotos de parientes lejanos y los libros que nunca has leído, una casa está llena de misterios. De cajones en los que no te atreves a mirar. De familiares a los que crees conocer de toda la vida, pero que guardan secretos capaces de hacerte caer de espaldas. De imágenes encriptadas, fotos tras cuya sonrisa se encuentran claves indescifrables sobre el pasado de tus padres o abuelos. En definitiva, de historias.

Las casas son el mejor lugar que existe para hacer turismo. Tras un año en compañía de la Sra. V. recorriendo los museos británicos, ha resultado que las mejores piezas de arqueología del mundo no están en Londres, sino al lado de mi cama.

Acabo de encontrar una colección completa de hallazgos históricos (documentos gráficos, colgantes antiquísimos, incluso oro) sin necesidad de pagar entrada. Todos ellos se encontraban perdidos entre miles de papeles en un viejo mueble de mi habitación.

Después de una dura labor de archivística y documentación (dos horas colocando papeles, con el calor que hace estos días en Mérida) he encontrado las siguentes piezas para mi catálogo personal:

    • Orla del colegio Francisco Giner de Los Ríos. [Año- de datación: curso 1995-1995]
    • Notas de Selectividad. [Según las pruebas de Carbono14, corresponden al año 2000].
    • Libreta de direcciones de un campamento de verano de infancia. [La fecha no ha podido ser determinada. Se requiere un equipo de investigadores para fijar el período].
    • Postales de un viaje a Atenas. [Los folletos turísticos son de 1998. Lamentablemente, no guardé ningún dracma. Viajé en la era previa al euro, pero quizás dentro de unos meses podrían volver a ser moneda corriente]
    • Diario del Interrail que hice por Escandinavia.
    • Incluso un tesoro: 23 monedas de dos euros, con reversos de diferentes países de Europa, envueltos en una bolsa de plástico. (¿En qué momento las guardé? ¿Qué pensaba cuando lo hice? ¿Era un mensaje al futuro? ¿Cobrarán más valor histórico si volvemos a la peseta?).

Alguien dijo alguna vez que lo bueno de ser una persona desordenada es que uno está haciendo constantemente nuevos descubrimientos. Es lo que pasa con las casas antiguas, que acumulan estratos y estratos de información biográfica como si se tratara de capas geológicas. Después de la labor museística, ya cuento con material suficiente para inaugurar en mi habitación el primer museo mundial dedicado a Miguelito de Lucas. No está mal para empezar.

Como todos los vicios, éste también es contagioso.Me están entrando unas ganas enormes de seguir. En casa, sin ir más lejos, tenemos una habitación secreta (¡una habitación entera!, imagínensé) donde nadie de la familia se atreve a poner los pies, y a la que nos referimos con cautela como “la habitación de los cacharros”. De hecho, los cacharros son tantos que la habitación les pertenece a ellos, y no a nosotros.

Cuesta contener la emoción de saber qué habrá alli dentro. Como mínimo, más misterios que en la Gran Pirámide. De momento, voy preparando el equipo de espeleología y llamando a una expedición de egiptólogos. No puedo predecir cómo terminará esto. Después de todo, el British Museum también comenzó como Gabinete de curiosidades de un señor con demasiado tiempo libre.

Seguiremos informando.



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